viernes, 14 de febrero de 2014

La Macabra Institución II

El conflicto de las Investiduras

     En Alemania, obispos y abades eran señores temporales, cuyos servicios eran fundamentales para el emperador; renunciar a su nombramiento era perder el control de unas fuerzas básicas para el gobierno del Imperio. Tampoco los interesados estaban dispuestos a abandonar su protagonismo temporal, de forma que el emperador contó con el apoyo de la mayoría de la jerarquía eclesiástica germana. El conflicto se inició el mismo año de la promulgación del Dictatus Papae (1075), con motivo de la designación del arzobispo de Milán; el Papa exigió su derecho a elegir al titular de la sede y a ser obedecido por todos, incluido el emperador. Enrique IV reunió sendos sínodos en Worms y Plasencia en los que los obispos alemanes e italianos se negaron a reconocer a Gregorio VII y le pidieron que abandonara el trono de San Pedro. La respuesta del Papa fue fulminante: Enrique IV y los obispos que le seguían fueron excomulgados y el emperador, además, depuesto. Los príncipes alemanes, para quienes el gobierno de Enrique IV estaba resultando demasiado problemático, aprovecharon la ocasión para rebelarse y nombrar rey a Rodolfo de Suabia; el episcopado vaciló en su apoyo al emperador, y éste, viéndose perdido, dio un golpe teatral presentándose en pleno invierno ante el castillo de Canosa (Toscana), donde el Papa se había refugiado, para solicitar en traje de penitente el perdón del pontífice. La debilidad de Gregorio VII al concederlo permitió a Enrique IV recomponer su situación en Alemania y pasar a la ofensiva contra Rodolfo (que fue derrotado y muerto) y contra el Papa, ocupando Roma y nombrando un antipapa. Gregorio VII, rescatado por los normandos de Sicilia, se refugió en Salerno, donde falleció en 1085. El emperador le sobrevivió veinte años, pero no pudo disfrutar de su victoria, pues vio cómo la autoridad del papado se acrecentaba bajo el pontificado de Urbano II, el impulsor de la primera cruzada, y cómo sus propios hijos, Conrado y Enrique, se sublevaban contra él y acababan deponiéndole.
     Con Enrique V el problema entró en vías de acuerdo. Tras unas iniciales tensiones, se llegó a una solución negociada en 1122, el concordato de Worms. El emperador renunciaba a investir con la cruz y el báculo a las dignidades eclesiásticas, cuyas elecciones se realizarían según las normas canónicas; un delegado imperial estaría presente y podría, en caso de duda, decidir por el candidato que juzgara más digno. Tras la consagración del elegido, éste recibiría la investidura temporal de los bienes y funciones adscritos al cargo religioso, simbolizada en la entrega de un cetro, y prestaría el juramento de fidelidad.

Fuente: OCÉANO

La Macabra Institución I

La Reforma Gregoriana

     El fenómeno histórico que se conoce como Reforma gregoriana es mucho más amplio en el tiempo que el pontificado de Gregorio VII, que le da nombre, y tenía dos claros objetivos: afirmar la independencia del papado, en su elección y actuación, frente a cualquier poder laico, y atacar los principales vicios que aquejaban a la iglesia como institución: la simonía y el nicolaísmo. Conseguidos estos propósitos, el papado pretendió establecer su soberanía -espiritual y temporal- sobre Occidente, lo que provocó un grave conflicto con el Imperio, la lucha por el Dominium Mundi, del que, aparentemente, salió vencedor el papado. Los primeros pasos de la reforma se atisban durante el pontificado de León IX, el Papa que apoyó la renovación de Cluny; posteriormente, la elección de Esteban IX y Nicolás II se hizo por los cardenales sin previa consulta del emperador. Nicolás II estableció las normas de la elección papal: los encargados de designar al sucesor de Pedro serían los cardenales y obispos, y el emperador tendría un derecho de confirmación del elegido.
     Con Gregorio VII llegó al solio pontificio un ardiente defensor de la reforma. Desde los mismos comienzos de su pontificado condenó la simonía y formuló un conjunto de disposiciones, el Dictatus Papae, en las que expresaba la supremacía de la sede romana sobre cualquier otro poder, basándose en su fundación por Cristo y en la cesión de la autoridad imperial por Constantino. La aplicación de la doctrina gregoriana encontró una hostilidad manifiesta entre amplios sectores eclesiásticos, y las autoridades civiles de Francia e Inglaterra aceptaron de mala gana la renuncia a intervenir en el nombramiento de obispos y abades,, pero, en el Imperio, la oposición fue frontal y originó un enfrentamiento radical entre Enrique IV y Gregorio VII...

Fuente: OCÉANO

jueves, 23 de mayo de 2013

La Espiritualidad en la Época 'Bárbara' II

La organización eclesiástica
     La célula básica de organización eclesiástica era la diócesis, a cuyo frente y como director en la vida espiritual de la comunidad de creyentes se situaba el obispo. Su papel no dejó de crecer conforme avanzaba la Edad Media, pues, a sus funciones puramente religiosas, añadió otras de carácter político administrativo, al deteriorarse el gobierno municipal y regional romano. El obispo aparece, en múltiples ocasiones, como el defensor de los más débiles y representante de la población romana frente a los bárbaros.
     Con el tiempo, fue afirmándose la supremacía de aquellos que residían en la capital de las antiguas provincias imperiales -los cuales recibieron el nombre de metropolitanos- y que ejercían una especie de jefatura sobre las diferentes diócesis de su entorno, manifestada en el derecho de supervisión, en la convocatoria y presidencia de los sínodos provinciales y en la designación de los nuevos titulares cuando la sede quedaba vacante, previa consulta con los restantes prelados de la provincia. En este sentido, cabe señalar que el primitivo sistema de elección del obispo por la comunidad de fieles y presbíteros fue sustituido por el cuerpo electoral restringido y selecto señalado, a lo que se añadió, como única novedad en algunos casos, la necesidad de obtener el placet regio para el candidato elegido.
     En Oriente, por encima de los metropolitanos se encontraban los titulares de sedes de singular importancia por razones históricas, religiosas o políticas: los patriarcas de Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla.
     La coordinación en el establecimiento y fijación de la doctrina cristiana, el tratamiento de las cuestiones morales, la discusión de temas puntuales, se realizaba a través de reuniones de las autoridades eclesiásticas en los llamados sínodos o concilios, que podían tener carácter provincial, nacional y ecuménico; los dos primeros eran los normales en Occidente, mientras el último sólo se celebró durante este período en Oriente (Éfeso, Nicea, Calcedonia, Constantinopla). A través de los concilios provinciales y nacionales, la Iglesia afirmaba su presencia a nivel de reino, hacía oír su voz en temas políticos y sociales de interés general, y fijaba las normas jurídicas y disciplinarias que afectaban a los clérigos (entre ellas, en Occidente fue convirtiéndose en exigencia obligatoria el celibato de los ministros del culto).
     La imposibilidad de atender personalmente todos los asuntos del culto en las propias sedes episcopales y la necesidad de prolongar la acción pastoral al ámbito rural (que en Occidente cobró especial importancia), obligó a los obispos a apoyarse en sacerdotes en los que se delegó algunas funciones y a los que se encomendó el cuidado de las almas en circunscripciones menores, tanto urbanas como rurales, llamadas parroquias. El obispo nombraba a los titulares, coordinaba su actuación mediante sínodos diocesanos, hacía notar su autoridad -reservándose en exclusiva la administración de algunos sacramentos e inspeccionando el funcionamiento de la parroquia con visitas pastorales-, y percibía una parte de las rentas que, por diversos conceptos (diezmos y primicias, donaciones, ofrendas), recaudaba la parroquia. Sin embargo, el control episcopal de las iglesias rurales fue debilitándose desde el siglo VII, cuando muchos templos pasaron a ser propiedad privada de su fundador y éste se reservaba el derecho de intervenir en la designación del sacerdote que iba a estar a cargo de la iglesia y percibir, en su propio beneficio, las rentas que ésta generara.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La Espiritualidad en la Época 'Bárbara' I


El Papado Altomedieval. La reafirmación de la sede de San Pedro
     La primacía honorífica de la sede de Roma arranca del hecho de creer que fue el lugar en el que el apóstol Pedro ejerció su ministerio evangelizador y es considerado como primer sucesor de Cristo y piedra angular de la naciente Iglesia. Si durante los primeros siglos del cristianismo nadie pareció discutir esta primacía, ni Roma precisó hacerla valer con frecuencia, la situación cambió a partir del siglo IV. La división del Imperio Romano y la situación caótica en que quedó Occidente y la propia Roma hicieron que los patriarcas de las sedes orientales pretendieran tratar en plano de igualdad al obispo de la Ciudad Eterna, que se había reservado en exclusiva el título de “Papa”, enfrentándose con él a la hora de definir el dogma, apelando a los orígenes apostólicos de sus sedes y a una tradición apostólica que ya era importante.
     En Occidente, por el contrario, no se cuestionó la supremacía de la sede de Pedro; faltaban argumentos similares a los de los patriarcados orientales y, por otra parte, el Papa, como obispo de Roma y cabeza de la Cristiandad, desempeñaba un papel que iba en aumento como contrapeso al declive del poder imperial en esta zona del imperio. Actuaciones como la de León I, evitando el saqueo de Roma por Atila y consiguiendo su salida de Italia, agrandaban la figura del Papa a los ojos de los habitantes de la península y de todo Occidente.
     Pero aunque el Papa afirmó su papel espiritual en Occidente, no pudo sustraerse fácilmente a los intentos de control por parte de las autoridades terrenales: ostrogodos, bizantinos y lombardos fueron otros tantos peligros para la libertad de acción de los pontífices, que, no obstante, trataron de mantener su independencia y forjarse un amplio patrimonio que sirviera de base territorial a la sede de San Pedro. El pontificado de Gregorio Magno (590-604) coincidió con una importante consolidación de la Iglesia de los reinos bárbaros, bien por la conversión espontánea de algunos (visigodos) o por los inicios de campañas evangelizadoras entre otros (anglosajones y lombardos), al tiempo que el pontífice aparecía cada vez más como el jefe temporal de Roma (que se convirtió en centro de la Cristiandad), consiguiendo mantener unas relaciones cordiales con Oriente. Sin embargo, a estas alturas ya aparece claro que la influencia papal era mayor en Occidente, hacia donde los pontífices dirigieron su atención preferente; la vinculación con la monarquía franca, en el siglo VIII, rompió la independencia con Bizancio y preludió la separación de dos Iglesias que habían ido caminando por sendas diferentes.

sábado, 9 de marzo de 2013

Involución

     El golpe militar que derrocó al gobierno y destruyó el orden constitucional en Chile el 11 de septiembre de 1973, estableció una dictadura que se prolongó por más de dieciséis años. En ese lapso, la sociedad chilena fue sometida a una profunda metamorfosis en todos los ámbitos, al revertirse el proceso de democratización que había caracterizado a la vida política y social en las décadas anteriores, el cual alcanzó su mayor desarrollo a la vez que una crisis terminal provocada por la agudización de antagonismos sociales e ideológicos entre 1970 y 1973.
     La instauración del régimen autoritario significó la clausura de un largo proceso histórico iniciado hacia 1920, en el cual organizaciones y personas representativas de los sectores populares y medios se constituyeron en sujetos protagónicos de los conflictos y consensos que fueron dando forma a la constitución y desarrollo del siglo XX chileno.
     Se abría un nuevo período de ese siglo, caracterizado no sólo por la abolición de todas las instituciones representativas del Estado que descansaban sobre los principios de la soberanía popular y pluralismo ideológico, sino también por el intento del nuevo Estado autoritario, de destruir o subordinar la red de organizaciones democráticas de la sociedad civil, a través de las cuales se expresaban los sectores populares y medios (como sindicatos de trabajadores, organizaciones de pobladores y campesinos, federaciones estudiantiles, colegios profesionales, asociaciones de profesores). Para conseguir ese objetivo, todo el poder del Estado autoritario cayó sobre estas instituciones, para realizar su destrucción lisa y llana, si se las consideraba controladas por la izquierda, o para privarlas de su autonomía en los demás casos.
     Por otra parte, la persecución de la dictadura cayó sobre los partidos populares y sus integrantes, lo cual afectó también profundamente a las organizaciones de la sociedad civil, debido a la fuerte imbricación que históricamente había existido en Chile entre ambos tipos de instituciones. En el caso de los sectores populares, las mediaciones partidarias habían sido desde comienzos del siglo XX hasta 1973 un elemento central en su propia formación histórica como sujetos colectivos o movimientos sociales aspirantes al protagonismo histórico.

"Continuidad de la centralidad comunista en la política chilena", Alfredo Riquelme, Rojo atardecer, el comunismo chileno entre dictadura y democracia, p. 109.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El Tahuantinsuyo

     El reino del Sol en los Andes nace con Inca Sinchi Roca, y se extendió desde el actual Ecuador, por toda la costa del Pacífico peruano hasta Chile Central (no se sabe con certeza si el límite Sur era el río Maipo o el Maule). Entre los siglos XII y XV los incas se habían asentado en la región de Cusco, dominando a la población autóctona. No fue sino hasta 1438 que los quechuas se constituyeron como un pequeño grupo militarista que sometió a otros pueblos, integrando sus culturas y estableciendo un imperio regido por ellos mismos. Fueron los organizadores, los administradores y los artífices de los “cuatro puntos cardinales”, receptores de la gran cultura anterior de Tiahuanaco. Con Inca Pachacuti Yupanqui surge el Estado que los españoles conocerían tiempo después, con la ciudad de Cusco, los cultivos en terrazas, los almacenes estatales y los caminos. Los incas Túpac Yupanqui, Huayna Capac y Huáscar se esmeraron en expandir las fronteras del imperio y en la consolidación de su estructura por lo cual tuvieron que erigir una extensa red de caminos y puentes que unía la capital con todos los rincones del incanato, además de llevar a todas partes la religión y el idioma con el fin de homogeneizar los cuatro suyos. Atahualpa sería el último inca pues durante su reinado llegaron los españoles al mando de Francisco Pizarro, en 1532.

La economía incaica
     La tierra constituía el medio de producción más importante dividiéndose en tres partes: una para la comunidad, otra para el Estado y una tercera para el culto. Aquellos que eran propietarios de tierras, como los nobles, poseían una cantidad poco significativa. La variedad de productos que los incas cultivaban era cuantiosa, siendo la papa y el choclo los más consumidos. El control que se ejerció sobre la población fue exigente y minucioso, con el objetivo de aumentar la producción de alimentos, disponer de mano de obra abundante, la que sería empleada en obras hidráulicas, lo que a su vez repercutiría en una superior productividad agraria. Los excedentes eran destinados tanto a las necesidades de subsistencia como a las bodegas o collcas, que eran de propiedad común bajo la administración del Estado en el denominado control vertical.
     Además de la agricultura con abonos, cultivos en terrazas y riego, los incas desarrollaron la ganadería al domesticar la llama, un rumiante de los Andes capaz de soportar hasta 15 kilogramos de mercadería, y la alpaca, por su lana. Ésta actividad también fue dividida en tres partes para la comunidad, el culto y el Estado, y era controlada por agentes del Inca, al igual que los mitayos o tributarios, tanto hombres y mujeres que tributaban su tiempo y su esfuerzo puesto que en el incanato el tributo en especies no existía siendo reemplazado por el tributo en trabajo, la mita. Dichas prestaciones laborales resultaron ser tan provechosas que los productos eran administrados, distribuidos y redistribuidos por el Estado de acuerdo a sus necesidades o estrategias, lo que hizo pensar a los cronistas de la época que casi no existía el comercio. Hoy en día se sabe que hubo mercaderes y mercados en varias aglomeraciones urbanas, habiendo dos tipos de comercio: de corta y larga distancia.

Sociedad
     La entidad básica en el mundo inca era el ayllu que estaba por encima de la familia, poseía un antepasado común y una localización territorial definida con descendencia patrilineal y patrilocal. Los ayllu podían trascender, del común social, a la clase dominante, permitiendo que el parentesco sea real, y estableciendo un linaje (panacas) que atañía al inca y su familia. Era el inca quien nombraba a los curacas de cada ayllu. El Tahuantinsuyo era una monarquía absoluta, hereditaria y teocrática, dividido en cuatro suyos, subdivididos éstos en dos o tres provincias con un número variable de ayllus, cada uno con sus curacas a la cabeza. La clase sacerdotal gozaba de privilegios similares a la de la nobleza inca, y su más alta autoridad solía ser tío o hermano del Inca, poseyendo también su propia jerarquía. Los yanaconas constituían otro grupo de indígenas dóciles y serviles, pero considerados como un estrato social privilegiado. En este Estado centralizado la existencia de una burocracia competente y activa se hacía muy necesaria, pues el férreo control que Cusco ejercía en todas las provincias del imperio no podía ser posible sin una delegación de poder en los curacas locales. Los orejones cusqueños, los inspectores y los quipucamayoc, contadores y archiveros imperiales, eran imprescindibles en la administración incaica, siendo su servicio pagado por el propio Inca con joyas de oro, indumentaria y cargos.

Política: el sistema de reciprocidad
     Como se había dicho más arriba, el Estado incaico era una monarquía absoluta, estando el poder concentrado en manos del Inca, y estando éste apoyado en una burocracia numerosa y bien estructurada, además de los panacas y de los curacas que él mismo nombraba. Varios historiadores han mostrado sus puntos de vista acerca del tipo de Estado que era el inca: por un lado tenemos la perspectiva tradicional de Silva Galdames, quien define el sistema de reciprocidad como uno de bienestar y generosidad, existiendo dos tipos de relaciones recíprocas, una simétrica y otra asimétrica. La primera consistía en un intercambio entre personas que pertenecían a un mismo nivel social, y en la segunda había diferencias sociales. Por su parte, el monarca se valía del servicio privado que los miembros del imperio estaban obligados a tributar a través de la mita, siendo esta última de carácter civil (construcción de caminos, puentes, obras hidráulicas y su mantención) o militar (conquista de nuevos territorios).
     Por otra parte, el historiador León Solís sostiene una original y peculiar teoría acerca de la organización política incaica, tachándola de opresora, déspota y aberrante, habiendo no uno, sino varios imperios incas yuxtapuestos, pues las tierras que cada inca había conquistado en vida, le seguían perteneciendo una vez que éste había fallecido, siendo origen de disputa entre los nuevos incas que reinaban pues trataron de restablecer las tierras de sus antepasados a la hacienda estatal.
     Finalmente, el historiador Téllez Lugaro sostiene otra teoría acerca del significado del Estado y la influencia que generó en los pueblos sometidos, algunos de los cuales aun persistían como tribus o jefaturas, sin manifestar identidad propia hasta la llegada del Tahuantinsuyo. Se refiere a que si la desigualdad social surge debido a la escasez de recursos y su control, por lo general, de parte del Estado, entonces el dominio de los medios de producción explicaría la historia y el actuar del ser humano, pero en el caso del Estado inca, si aumentan los principios de desigualdad, aumentaría también la violencia de las guerras. Por tanto, ¿Qué pasa con el sistema de reciprocidad incaica en donde el Estado se erige como garante de la paz? ¿Se estaría contradiciendo la tesis de Silva y demás exponentes?
     En líneas generales, baste decir que la organización política incaica estaba dirigida por el Inca, monarca absoluto y divino, y los curacas que le servían como gobernadores, en los cuatro puntos cardinales del imperio, administrando los excedentes alimenticios y vestiduras almacenados en las collcas y manteniendo y ampliando los 40.000 kilómetros de caminos y puentes que mantenían cohesionado el incanato.

Los aztecas o mexicas

     La historia de los náhuatl está íntimamente relacionada con la del pueblo que los españoles reconocieron a su llegada a México en 1519, los aztecas. Cuenta la leyenda que los náhuatl provenían de un país mitológico llamado Aztlán, localizado en el Norte, y que desde ese lugar, hacia el año 1168, se dirigieron al lago Texcoco, en el valle de México y allí se establecieron, fundando la ciudad de Tenochtitlán. Según sus creencias, su deidad suprema, Huitzilopochtli, les indicó el lugar preciso donde fundar su nuevo hogar: en un islote en medio del lago Texcoco verían un águila devorando una serpiente sobre un nopal. La travesía desde Aztlán hasta México les llevó por varios lugares y les tomó muchos años, puesto que recién en el 1325, la capital de su imperio sería fundada. Naturalmente, en Texcoco no tenían nada, y cuanto necesitaban tenían que cambiarlo a los vecinos por peces, ranas, patos y otros productos lacustres. Muchos cuentos se manejan acerca de los modestos y difíciles inicios del pueblo azteca, como por ejemplo, su dieta basada en serpientes venenosas y chapulines. Los mexicas permanecían subordinados a los tepanecas de Azcapotzalco, que, a su vez, eran enemigos de los chichimecas de Texcoco, y, aunque guerrearon contra éstos, al ser tributarios de aquéllos, consideraron más político formar alianzas. De esta manera, unidos chichimecas y mexicas, derrotaron a los tapanecas. Tras esta victoria, se consolidó la Triple Alianza formada por Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán, que significó el comienzo de una guerra de conquista del territorio y, con el tiempo, la supremacía de la ciudad de los aztecas.
     El tlatoani Itzcóatl era el líder de dicha coalición pues era especialista del poder y representante del cielo, que reinó desde 1426. Éste realizó muchas conquistas (Cuernavaca), urbanizó la ciudad, hizo caminos para unirla a tierra firme, comenzó a edificar templos, y construcciones cívicas, organizó el gobierno y creó una jerarquía religiosa. Su sucesor fue Moctezuma I Ilhuicamina, quien llevó la guerra fuera del valle de México a las actuales Puebla, Veracruz, Morelos y Guerrero; en cuanto a la organización interior, levantó diques en la laguna y el acueducto de agua potable de Chapultepec. Su sucesor, Axayacatl, prosiguió la expansión hacia el valle de Toluca, fracasó en la campaña contra los tarascos y conquistó Tlatelolco, con su gran importancia comercial. Después de los reinados de los tlatoani Tizoc y Ahuitzotl, llega al poder Moctezuma II Xocoyotzin, en cuyo período de agitación política, proclive a las rebeliones, fue cuando arribaron los españoles desde Cuba. Los tlatoani Cuitláhuac y Cuauhtémoc serían los responsables de la lucha contra el invasor.

La economía mexica
     La economía se basaba en el cultivo de la tierra, la cual estaba repartida en tres grupos: el famoso calpulli, que dividió sus lotes cultivables entre las familias y que no eran bienes alienables; la propiedad privada, en manos de los pipiltin o nobles, que la habían conseguido por sus servicios al Estado; y los guerreros distinguidos, quienes eran premiados con las tierras conquistadas y que podían heredar. En caso de no haber descendencia al momento en que su propietario falleciera, la propiedad volvía al Estado. Los aztecas cultivaban en chinampas, los jardines colgantes que los españoles creyeron ver, y la agricultura comprendía el maíz, los frijoles, calabazas y chile, además de verduras, hortalizas, tubérculos y frutales. Otros productos vegetales fueron el cacao (como bebida y como medio de intercambio), el algodón, los hongos alucinógenos, el nopal y el maguey. Como vivían en medio del lago, los mexicas cultivaban en las fértiles chinampas, granjas lacustres construidas sobre plantas acuáticas y fango acumulados, fijados por cañas y estacas. En las zonas altas, hubo cultivos de regadío bien por medio de acequias, bien a cántaros; en las zonas bajas predominó la técnica de rozas o milpas. Como lo fue en el caso maya, la pesca y la caza también siguieron siendo practicadas por los mexicas (venados, aves lacustres, chapulines), quienes también domesticaron perros, pavos y abejas.

Sociedad
     El calpulli constituía las comunidades que estructuraban la población, era una entidad independiente a la que pertenecían las familias con un antepasado común y que habitaban un mismo distrito. La familia era la unidad de producción dentro del grupo comunitario. Cada calpulli solía tener tierras, aunque también hubo calpullis sin territorialidad. La familia ocupaba una parcela inalienable del calpullalli o conjunto de tierras, y todos sus integrantes las trabajaban, sin embargo, con la expansión territorial de Tenochtitlán, hubo una complejidad socioeconómica, que supuso una especialización en ramos de la producción, surgiendo calpullis de cazadores de aves lacustres, pescadores, de artesanos y hasta de comerciantes. Por su parte, cada entidad tenía su deidad, sus templos y sus centros de educación, y los guerreros formaban unidades completas en la batalla y poseían sus propias insignias. Estas entidades estaban vinculadas al Estado a través del calpullec o Hermano Mayor, quien era asesorado por un consejo de ancianos, y que tenía entre sus obligaciones la distribución, el control de las tierras y demás asuntos económicos. Cada calpulli tributaba, organizaba las obras públicas de la ciudad y suministraba efectivos militares.
     En el principio, la sociedad azteca era bastante igualitaria, pero con el devenir histórico mexica, se forman estratos sociales bien diferenciados. Junto con el emperador, estaban los pipiltin o clase dirigente, que llevaba la dirección del edificio social. Le seguían inmediatamente después los macehualtin, el pueblo en sí que trabajaba en la agricultura y en oficios como la artesanía, la oficialidad, la administración pública. Los pochtecas fueron otro grupo claramente diferenciado y que fueron grandes comerciantes, que dieron el salto social de macehualtin a pipiltin (sólo los grandes mercaderes, comerciantes a distancia). Estos últimos contribuyeron a la expansión azteca mediante auténticas conquistas o actuando como espías. Finalmente estaban los guerreros-águila y los guerreros-jaguar, militares especializados que surgieron debido a la importancia de la guerra como mecanismo vital de los aztecas, realizando periódicamente las denominadas guerras florales. Existió una clase que los historiadores confundieron con la esclavitud, pero que según Silva Galdames, en realidad fue una especie de semi-servidumbre en que los hombres morosos se sometían a la voluntad de sus acreedores como medio de pago, y sólo era por un tiempo determinado. Los mayeques o siervos estaban adscritos a la propiedad territorial.

Organización política
     Hay que establecer la diferencia entre la administración de la ciudad de Tenochtitlán y la de los territorios subyugados. Existía un gobierno central formado por un consejo supremo, el tlatocan, constituido por los veinte representantes de los calpullis que había en 1519, los calpullec. Éstos se ocupaban de las tareas administrativas y judiciales y eran los miembros más destacados de sus entidades. El tlatoani, orador o emperador era quien se encontraba a la cabeza de este Estado centralizado, que poseía gran autoridad y que era el puente entre el pueblo mexica y el mundo espiritual. Aunque el cargo no era hereditario, todos los emperadores aztecas pertenecían al mismo linaje, conformando una sola dinastía la que rigió en la civilización azteca. El encargado de los asuntos terrenales y materias de Estado era el consejero, quien también comandaba los ejércitos. Ahora bien, los españoles se referían al Estado azteca como un reino o imperio, lo que en realidad no es correcto porque la Triple Alianza era una confederación de ciudades siendo la más importante, Tenochtitlán. Las provincias sometidas lo estaban en diversos grados, aprovisionando a la ciudad de recursos como vestidos, alimentos, mantas, plumas, cautivos y oro; y al momento de la llegada de Cortés, los aztecas estaban aún en proceso de expansión, aguijoneados por las necesidades de abastecimiento y por el aumento demográfico.
     El tributo fue el ingreso más importante para el Estado pues las provincias incorporadas al imperio estaban obligadas a pagarlo. Algunas mantenían su organización interna y sus señores tradicionales anteriores a la conquista azteca, mientras que otras fueron totalmente reorganizadas. La guerra, como se ha visto, tuvo un papel preponderante en el fundamento económico y en el ámbito religioso, pues proporcionaba botín, sustanciosos tributos y cautivos, los cuales eran destinados al sacrificio alimentario al sol en el Templo Mayor, aparte de un recurso para la promoción social pues aquel militar que más individuos capturase, mayor prestigio se granjearía como guerrero. Pero a comienzos del siglo XVI el imperio estaba muy extendido y las guerras florales comenzaron a hacerse más frecuentes y crueles, siendo dirigidas contra Cholula, Tlaxcala y Huexotzinco.